JUEVES, NOVIEMBRE 09, 2006
(Entrevista imaginaria a una piedra del Muro de Berlín, cuando se cumplen 17 años de su caída)
Solo es digno de libertad quien sabe conquistarla cada día.
Goethe
“…Una piedra en el camino me indicó que mi destino era rodar y rodar…”
¡Cuánta verdad encierran las letras de esa canción! Se lo digo yo que he rodado tanto por la vida, y en ese girar interminable mis ojos han visto las cosas más horribles que ustedes pudieran imaginar.
No es fácil para nadie, ni para mí que tengo el corazón de piedra, ver como se divide el mundo en dos. Y lo peor de todo es que estás allí, justo en el centro, con esa mirada bipolar. Siendo testigo de lo que sucede de uno y otro lado.
En un extremo, el florecimiento de una ciudad capitalista, con sus luces de neón, capaces de enceguecer la vista y la mente; por el otro, la decepción de un régimen decadente, el hambre y las ansias de libertad.
- Y yo en el medio, formando parte de ese horizonte fatal.
Solo es digno de libertad quien sabe conquistarla cada día.
Goethe
“…Una piedra en el camino me indicó que mi destino era rodar y rodar…”
¡Cuánta verdad encierran las letras de esa canción! Se lo digo yo que he rodado tanto por la vida, y en ese girar interminable mis ojos han visto las cosas más horribles que ustedes pudieran imaginar.
No es fácil para nadie, ni para mí que tengo el corazón de piedra, ver como se divide el mundo en dos. Y lo peor de todo es que estás allí, justo en el centro, con esa mirada bipolar. Siendo testigo de lo que sucede de uno y otro lado.
En un extremo, el florecimiento de una ciudad capitalista, con sus luces de neón, capaces de enceguecer la vista y la mente; por el otro, la decepción de un régimen decadente, el hambre y las ansias de libertad.
- Y yo en el medio, formando parte de ese horizonte fatal.
Pero esta historia no comienza aquí. Todo empezó hace 58 años. Aquel 24 de junio de 1948, cuando los soviéticos decidieron bloquear los accesos de Berlín Occidental y todo el comercio entre éste y la República Federal Alemana no comunista. Yo era apenas una niña que no entendía lo que pasaba.*
Decían que los Aliados le habían ganado la Segunda Guerra Mundial a los alemanes, a los japoneses y a los italianos, quienes unidos formaban lo que se conoció como el nazismo y el fascismo.
Los aliados, cegados por la ambición, perdieron la oportunidad de continuar fusionados, de tener una causa común; y mientras se consolidaba el capitalismo en Europa y en América del Norte, los soviéticos querían mayor espacio, tanto geográfico como económico, para expandir el marxismo.
Fueron dominando Europa Oriental, conformada por la antigua Yugoslavia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Albania, Lituania, Letonia, Estonia y otros países de Europa Central y del Este.
En esa lucha de poderes se repartieron el botín de la Segunda Guerra Mundial y así, en 1949, Alemania quedó dividida en dos.
Las zonas occidentales se unieron para formar una República Federal Capitalista y las controladas por los soviéticos, en un Estado Comunista.
A su vez, Berlín, la capital de Alemania, fue dividida en Berlín Este y Berlín Oeste.
- Ya se que me dirán que parezco una maestra de escuela, pero es que hay que explicar bien los antecedentes para poder entender las consecuencias.
Entonces, en la parte capitalista, amparada por los Estados Unidos, el comercio, la industria y la calidad de vida fueron prosperando; mientras que del otro lado la falta de libertades, de oportunidades, la quiebra de la economía y el racionamiento hicieron que muchos alemanes orientales huyeran hacia el Estado Federal, insatisfechos por la nueva situación. Esto trajo como resultado que la mano de obra calificada se viera reducida en la Alemania Comunista y es allí cuando entra en escena el fatídico muro que impedía el libre paso de una ciudad a otra.
- ¡Todavía lo recuerdo como si fuera ayer!
Fue un 13 de agosto de 1961 cuando los soldados de la República Dedocrática Alemana y miembros de la milicia, los Kampfgrupen (grupos de combate) levantaron con el más puro hormigón, los 47 kilómetros de largo por 4 metros de alto para separar lo inseparable.
Yo fui parte de ese gran muro o telón de acero, como fue llamado, y una vez más fui testigo de lo que es capaz el hombre cuando desea su libertad
Por mis paredes vi correr las lágrimas de dolor de los amantes que se desunían en busca de una vida mejor para sus seres queridos. Miré los ojos de muchas madres estremecidas de pánico al ver a sus hijos dibujar con su sangre los más crueles graffitis y dejar colgada la vida en uno de los dos puntos de paso entre ambas ciudades.
Si, he visto tanta tristeza que ya no soportaba estar por más tiempo de pie. Por eso di gracias a Dios el día en que, como el final de una gran ópera, cayó el telón.
De eso hace ya 17 años. Fue un día como hoy, 9 de noviembre de 1989, cuando una multitud con la esperanza bosquejada en el rostro, se dispuso a derribar aquel nefasto tabique.
Su mejor herramienta, el deseo de libertad. Su mayor ambición, darle rienda suelta a la mirada de oriente a occidente, sin que ninguna cortina de hierro se interpusiera entre sus ojos y el horizonte.
Ese día una avalancha humana con las armas que imponía el corazón y la inteligencia; que iban desde el tradicional pico hasta el odio y el deseo de conocer el progreso, hicieron posible el sueño de cientos de personas que murieron al intentar cruzar el límite.
Y es que en ese momento, el hombre decidió abrirle las puertas al futuro. Sintió hambre de espacio y sed de cielo, y con la ilusión a cuestas, tiró al suelo aquella cortina de hierro.
Ahora me encuentro aquí, encerrada en estas cuatro paredes transparentes, en eterna exhibición. Convertida en pieza de museo, pero orgullosa de mi destino por ser el reflejo de la lucha del hombre por lograr su emancipación.
Lo único que me entristece es que, a pesar de que fue derribado el Muro de Berlín, las dos Alemania, que son una sola de nuevo, aun no han podido integrarse. Al parecer el muro mental es más fuerte que el físico.
Ya no está allí, pero se erigen otros muros igualmente infranqueables, como la intolerancia, la discriminación, la xenofobia y las desigualdades. Yo creo que para afianzar la paz del mañana es necesario asegurarle un futuro mejor a los más desposeídos.
Solo el deseo de un mañana mejor para nuestros hijos hará posible la desaparición de éste y otros muros que intenten levantarse entre la libertad, la justicia y nosotros. Espero que más temprano que tarde, el hombre pueda comulgar en una sola conciencia. Que la libertad sea su pan de cada día y que las lágrimas que derrame sean de felicidad por ver su sueño hecho realidad: un mundo integrado, sin divisiones; en suma, feliz.
Evelin Antolinez
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